Thursday, August 24, 2006

SIPTO

Recuerdo claramente su rostro. Tenía apenas 3 años cuando me llevaron a conocerla. "Sipto", así debía llamarla.
Aprendimos a comunicarnos a través de señas; de vez en cuando ella articulaba alguna palabra en francés, mientras tanto, yo aprendía a gran velocidad el árabe.
- ¡Sipto, atini mai! ¡Sipto, bueno e baba!
Recuerdo cómo permanecía horas sentada a sus pies mientras cocinaba. Recuerdo cómo me enseñaba a comer pepinos con concha, dátiles, pistachos y semillas de auyama. Recuerdo cuando me sacaba al balcón, me desnudaba y me metía en una pequeña bañera llena de agua fría; de alguna manera tenía que evitar que los 40 grados centígrados me deshidrataran a mí, su pequeña nieta americana.
Volví a verla 8 años después. Seguía siendo la misma viejecita menuda y coqueta. Ahora era mi hermanita la que se quedaba horas sentada a sus pies, la que sacaban al balcón para meterla en la bañera de agua fría, la que caminaba por toda la casa repitiendo como un lorito ¡Sipto, atini mai! Mientras tanto, yo recorría las calles de Alepo, tal y como si fuera una auténtica niña siria cristiana.
Ése fue el último viaje que hicimos en familia para ver a Sipto. Ésa fue la segunda y última vez que la vi. Recuerdo su tristísima expresión cuando nos despidió en el aeropuerto. Sipto nos amaba y yo no entendía porqué.
Hace un par de meses, veinte años después de aquel viaje llamaron para avisar que Sipto había muerto. Tenía ya 95 años.
No me lo han de creer, pero la extraño...
...tanto como si me hubiese quedado toda una vida sentada a sus pies.

Sunday, August 13, 2006

LA ÚLTIMA HABITACIÓN

Él tenía 19. Ella 17.
La fama les llegó temprano y, como suele ocurrir, no supieron qué hacer con tanta adulación. Una madrugada, saliendo de un bar, después de mucho alcohol, la vista borrosa y la intoxicación los convirtió en asesinos.
Dicen que con el disparo lograron reaccionar, pero ya el cuerpo yacía en la acera, agonizante y demacrado.
-¡Mataste a la vieja! - gritaba Ella - ¡la mataste, la mataste!
Corrieron si parar, y sin mirar atrás.
-¡Tenemos que escondernos! - repetía Él, una y otra vez .
Decidieron salir de la ciudad, tal vez con el tiempo todos olvidarían aquel trágico suceso.
Llegaron a un pequeño hotel de carretera, pidieron la última habitación y allí se quedaron inmóviles y sin habla. Él recordaba en loop el momento del disparo, mientras ella sollozaba arrinconada entre la cama y la pequeña mesa de noche.
A eso de las 4 de la madrugada Él se le acercó, la abrazó y comenzó a besarla lentamente. Por un momento se sintieron a salvo.
-¿Será que podemos quedarnos un buen rato aquí y así? - preguntó Ella, justo antes del último beso.
Él comenzó a hacer presión sobre su cuello. La fue dejando sin aire poco a poco, mientras Ella lo miraba fijamente a los ojos.
Luego, con la hebilla del cinturón, Él cortó sus muñecas y se quedó abrazado a Ella.
Pasaron varios días para que la mucama los encontrara, sobre la cama juntos e inmóviles.
Nadie los recuerda, quizá algunos pocos. A la vieja nadie la reclamó. Sin embargo, a partir de ese día, cuentan los usuarios del hotel, que quienes entran a la última habitación, por muy cansados que estén, a eso de las 4 de la madrugada, son seducidos por una fuerza extraña pero placentera que les incita a hacer el amor...
...al parecer son buenos los otros cuerpos para aprovechar y quedarse, allí y así, por un buen rato.

VENTANA EN EL 421


Miré el cielo por un buen rato a través de esta ventana y, por difícil que parezca, nunca había sido tan nítido y tan claro.
Ahora, la llevo conmigo, día y noche.
Por lejos que esté el 421 sigo viendo el mismo pedazo de cielo gracias a ti.

Saturday, August 12, 2006

PEQUEÑO RELATO FANTÁSTICO

A las 9 de la mañana tomó el ascensor para ir al sótano. Se cerraron las puertas e inmediatamente comenzó a bajar. Bajó, bajó, bajó... la cabina golpeó el piso, se abrió la puerta y se encontró, extrañamente, en la azotea. El cielo estrelladísimo no podía ser más negro. La luna, hiperplateada, más llena que nunca. Se acercó al borde de la terraza y se inclinó para mirar hacia abajo. Una masa gris muy densa no le dejaba ver. De pronto, comenzó a sentir pequeños aguijonazos en el rostro. Gotas de agua diminutas eran salpicadas desde el piso. LLovía, era imposible pero sí, de abajo hacia arriba llovía. El agua empapaba el cielo y humedecía las estrellas, ahora mucho más cercanas y más brillantes. Corrió de nuevo hacia el ascensor, presionó el último piso. Subió, subió, subió... la cabina golpeó el techo, se abrieron las puertas y se encontró, extrañamente, en el sótano. Sacó las llaves del carro, caminó apresurado hacia él, se montó y salió volando, literalmente, pues llegaría tarde al trabajo.